lunes, 17 de agosto de 2009
Yo una vez conocí a un hombre sin nombre. Era un sábado de agosto y la medianoche se marchaba en taxi, las niñas bailaban algo parecido al rock'n roll y lucían piernas bronceadas, limpias, infinitas. Las botellas de vino rodaban colina abajo mientras traviesas estrellas hacían apuestas a espaldas de la luna. Las luces nos daban una tregua en una apartada piedra en el camino, sus brazos eran huellas del sufrimiento, la sangre seca se mezclaba con cicatrices en el corazón. Su teléfono no funcionaba -y juntos nos lamentamos de la muerte paulatina de las antiguas cabinas, esas que nunca fallaban-, la necesidad imperiosa de la cocaína se pudo ver en sus ojos, en su piel desgastada, llamando a gritos a ese hombre de la pandereta que nunca llegaba. Vio en mi la juventud, la pulcra mirada inocente que te roba el tiempo, me aconsejó hasta perder la voz y esas palabras ahondaron en mi conciencia como pasos errantes y errores enlazados del pasado. Me ofreció sin desdén todo lo poco que tenía, me dio la mano con firmeza, como la da mi padre, con el respeto que se aprendía en las calles oscuras de tiempos oscuros, y lejanos. Me despedí con honores y seguí mi camino, pero ya no sabía muy bien a dónde ir, vislumbraba falsas tonalidades en el gran teatro que me rodeaba, las miradas falsas y desmedidas de los hombres se clavaban en mi como puñales, mi sangre formaba un gran río donde todos se bañaban mientras me atacaba la cara oculta de la luna. Asustado corrí hasta el infinito de las noches perdidas y, sudando el veneno que me escupían desde los balcones, vi a las estrellas matándose unas a otras...

15.08.09

1 comentarios:

Blanca dijo...

¿Yo, atacando a Rimbaud? ¿Acaso no te has planteado de dónde provenía el título de mi blog? Déjeme refrescarle la memoria; "L´hiver, nous irons dans un petit wagon rose, avec des coussins bleus". Como me infravalora, Blanco.

Ya vi por ahí que se había ido a León, ¿tan bien como en mi tierra?