miércoles, 26 de agosto de 2009
Llevaba el sol debajo del brazo, bueno, no vamos a empezar mintiendo, llevaba una novela de Nick Hornby, pero ardía igual que el astro rey, quemaba mi piel con las agresividad de un niño malcriado. Mi querido sobrino subía la cuesta de San Lorenzo en su bicicleta nueva, todo un reto, un alarde de facultades físicas y la demostración de que últimamente se lo ha comido todo para ser tan grande y fuerte como su tío. En mi cabeza sonada Don't cry baby de Cal Veale, un curioso personaje de mediados de los cincuenta, nunca reconocido, siempre atormentado por los riffs de otros mejores que él. Yo andaba buscando la reconfortante sombra, la fresca brisa de la mañana, la belleza robada de las antiguas casas del centro y por qué no, una joven digna de mirar. No fui recompensado con tal placer pero el paseo desde mi viejo coche del 96 hasta la biblioteca pública convirtió a esa mañana en una de las más recordadas de la semana. Debería contar lo que me ha traído hasta aquí, el hecho que instintivamente me ha empujado a escribir, a liberar de mi alma tal peso y dejar de atormentar mis cálidas conversaciones en voz alta. Pero por el contrario, empezaré a leer la novela, que es lo que mejor se hacer. Dejaré que vuestra imaginación, eso que las nuevas generaciones usan sólo para masturbarse sin ayuda, os lleve al hecho en sí, y que vosotros también tengáis esa necesidad de escribir, que de vuestros dedos salgan punzantes palabras, mediocres, da igual, pero palabras.

1 comentarios:

mariotormo dijo...

genial lo de mi viejo coche del 96, jaja.