mañana será otro día

si llovía o no me daba igual, me importaba más que no se terminara el vino. estaba tranquilo, a pesar de todo perder la calma nunca ha sido un problema para mi, quizás en algún momento hace algunos años un día a una hora concreta, pero no ahora.
la habitación encerraba una ligera oscuridad que arropaba mis temblores, ella ya se había ido hace algún tiempo, pero las cosas no cambiaron mucho desde entonces, todo seguía oliendo igual. los papeles tirados por el suelo y algún espejo roto eran reflejo de otras noches peores, los dejaba ahí como prueba de que estuve peor o igual de mal, me ayudaban a creer en la mañana siguiente aunque no existiera.
en la calle se escuchaban los ruidos de siempre, las motos eran viejas y ahuyentaban a los pájaros, la fiesta del edificio de enfrente se estaba desmadrando y los bares intentaban echar el cierre. vivía en un barrio antiguo, de esos con la ropa tendida en la calle y donde las señoras recibían a las primeras horas de sol en banquetas de madera al cobijo de sus puertas. tenía cierto punto de armonía en algunas horas del día, cuando el peluquero subía el volumen de la música y pasaba por allí mismo alguna excursión de orientales. no había muchos sitios mejores en la ciudad.
las llamadas de teléfono se sucedían a medida que disminuía el vino en la botella, eran llamadas sin respuesta y sin sentido. ella no iba a volver y aunque no era capaz de darme cuenta, yo tampoco quería que volviera. el sentimiento de culpabilidad era tan denso y fuerte que me impedía ver lo que realmente estaba pasando, me estaba convirtiendo en un anciano de veintiún años.
sentía la necesidad de volver a mi casa, sin saber realmente dónde. quería redimirme de esta sensación de abandono en mis orígenes, con las lunas repletas de sueños sin recuerdos, no podía convertirme en esto. me fui a dormir con un fuerte dolor de cabeza, gritando en susurros para que alguien llegara algún día a limpiar toda esta basura. -mañana será otro día-.